Laudato sí de Sor Consuelo

«Alabado seas mi Señor, por el don de la verdad, de la belleza que me encanta y me arrastra.

Alabado seas, mi Señor, por los pequeños detalles que cada día nos rodean.

Por la belleza de una noble idea.

Por una luz o una sombra.

Por la belleza de los campos, del mar, o de las flores, de las ciudades, de la música, de los niños, del corazón humano… y sobre todo la del alma.

Alabado seas, mi Señor, por esa estética verdad que nos hace vivir para su gloria…

Gastarnos por la salvación de las almas…

Belleza eterna siempre nueva, donde Dios pone su mano y las almas se le entregan.

Alabado seas, mi Señor, por María Inmaculada, símbolo y compendio de toda belleza que me enloquece, me entusiasma y me enamora…»

Y a nuestra querida Sor Consuelo le responde el Papa Francisco en su encíclica Laudato si:

El Evangelio nos propone… una capacidad de gozar con poco, un retorno a la simplicidad que nos permite valorar lo pequeño, agradecer las posibilidades que ofrece la vida… un cuidado generoso y lleno de ternura que implica gratitud y gratuidad, por el don recibido del amor del Padre, valorar cada persona y cada cosa, aprender a tomar contacto y saber gozar con lo más simple.

Se puede necesitar poco y vivir mucho, sobre todo cuando se es capaz de vivir en encuentros fraternos, en el servicio, en los carismas, en la música y el arte, en el contacto con la naturaleza, en la oración. La felicidad requiere estar disponibles para las múltiples posibilidades que ofrece la vida.

Y la paz interior de las personas, auténticamente vivida, se refleja en una capacidad de admiración que lleva a la profundidad de la vida.

La naturaleza está llena de palabras de amor, pero ¿cómo podremos escucharlas en medio del ruido constante, de la distracción permanente y ansiosa, o del culto a la apariencia?…

Una ecología integral implica dedicar algo de tiempo para recuperar la serena armonía con la creación, para reflexionar acerca de nuestro estilo de vida y nuestros ideales, para contemplar al Creador, que vive entre nosotros y en lo que nos rodea, cuya presencia «debe ser descubierta, desvelada» (Cfr Encíclica «Laudato si» 222-225)

Boletín Nº 56 p. 2-3

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