Mis queridas hermanas:
Con la celebración de Pentecostés finaliza el tiempo de Pascua. Jesús, como había prometido, envía el Espíritu Santo. Lo primero que nos conviene recordar es que Jesús no nos da una cosa, sino que el Espíritu Santo es una Persona, la tercera, de la Santísima Trinidad. Así, es Dios mismo el que se nos da para completar la obra de Jesús. El Espíritu Santo es el amor del Padre y del Hijo, y él mismo es Dios. Su venida nos hace disponer nuestra humanidad para la recepción del Espíritu Santo, que nos comunica la vida del mismo Dios. Este darse Dios a sí mismo es manifestación del amor que nos tiene.
Estos días que nos preparamos para recibir al Espíritu con más ahínco, si cabe, mientras comemos hemos escuchado alguna meditación sobre el Espíritu Santo, son ideas que impactan con fuerza. De otros años tengo recogidas algunos apuntes, por ejemplo esta idea: el alma que enfervorizada comparte con el pastor, (o con sus hermanas) sus deseos de santidad, su gozo, su amor por el Señor, lo que hace es que en el pastor (o en sus hermanas) se produce un eco de gozo, de alegría, de deseos de santidad; porque cuando uno recibe del alma hermana este conocimiento de gozo y de unión vivificante, esos deseos comunicados, y sobre todo ese gozo y ese amor verdadero, vuelven a producir la eclosión del Espíritu, porque son fruto mismo del Espíritu que así penetra en el alma que arde en deseos de amor por el Señor. ¿No es esto una maravilla? Es el poder compartir también en fraternidad el sabernos amadas de Dios y el sabernos en comunión de vida y amor. Y en mi interior se formula este deseo: que sepamos hacer vida tanta maravilla, que nos dejemos invadir por este fuego y que vayamos haciendo realidad la unidad a que nos mueve. Y como alguien me dijo muy bellamente, no somos dignos del amor que nos tienen pero este amor es real y esta realidad es la que nos hace caminar siempre hacia arriba. ¡Qué bonito y qué maravilla!
Verdaderamente quien así vive su fe, es libre, y hace posible en su vida y a su alrededor la promesa de Jesús: vuestra alegría nada ni nadie os la podrá quitar. No tenemos motivos para la tristeza, aun cuando a veces las cosas no sean nada fáciles, pero la alegría de la fe, de la unión con el Señor, de la fraternidad, de la comunión, del amor que bulle en el interior… eso es muy fuerte y claro, se ensancha el corazón.
¡Cómo quisiéramos que el mundo conociera este don! Mis queridas hermanas, hay que hacer lo posible para que el mundo crea, y un primer paso es que nos vean enardecidas de amor y fusionadas en el único y verdadero amor.
“Quien camina, quien avanza, experimenta al Señor… cuando al Señor se le invita a entrar, siempre entra, y cada vez un poquito más…cuando uno toma la decisión de mejorar, no tiene que preocuparse de más, alguien correrá la piedra que obstaculice ese deseo…¡ES LA FUERZA DE DIOS QUIEN LA CORRE! Todo se resuelve desde dentro, desde fuera nos vienen los estímulos para cambiar, pero el cambio, la fuerza viene siempre desde dentro”.
¿Qué más decir? Que seamos entre nosotras ese estímulo para vivir nuestra entrega, es mi deseo. Que el Rocío del Espíritu nos envuelva y nos empape. El Espíritu es comunión y somos testigos de ello, ¡bendito sea Dios!
Sor Rocío de Jesús