Mes de María con Sor Consuelo

Desde muy joven, Sor Consuelo da muestras de vivir la esclavitud mariana según el espíritu de S. Luis María Grignion de Montfort. No tenemos constancia de que hiciera voto de esclavitud mariana, pero sí nos ha dejado en sus escritos la realidad de su consagración:

“¡Soy toda de Jesús por María! Estoy a la Virgen consagrada. Mi misión en este mundo es amarla y servirla”.

Esta consagración marca una impronta decisiva en la vida de quien se consagra a la Madre de Dios. A partir de ella, toda la espiritualidad y toda la vida es mariana: <El acto de consagración en la situación de esclavitud indica una dependencia singular y una confianza sin límites>1. En sus escritos queda reflejada su viva unión con la Esclava del Señor:

“Le digo a Jesús que deseche de mí el demonio de la soberbia pues quiero ser mansa y humilde de corazón como Él, y como mi Madre, Esclava del Señor”.

Acostumbraba a firmarse ‘esclava de la Esclava’, expresión que indica su total dependencia de la Virgen. Quiere pertenecerle por entero y al denominarse así, manifiesta la conciencia de su elección a través de un caminar profundamente mariano.

<Nuestra devoción a la Virgen no ha de ser una devoción superficial, sino llevada hasta la esclavitud por amor>2. Así comienza la publicación ‘Esclavos de la Esclava’ que Sor Consuelo utilizó y se halla recogido como reliquia en el Monasterio de Daimiel.

Sor Consuelo asimiló fidedignamente este caminar junto a María, que, sin duda alguna, hizo de ella un alma profundamente mariana.

Hacia la Virgen cultivaba Sor Consuelo una ternura particular; preparaba con ilusión sus fiestas y el mes de mayo en su honor, y rezaba a diario el Oficio Parvo y el Santo Rosario, que ella tenía entre sus devociones preferidas y fue fiel hasta el último día de su vida.

Una de las muchas jaculatorias marianas con que Sor Consuelo expresaba su amor y entrega a la Madre celestial era:

“Santa María, que yo sea hoy tu alegría y Tú la mía”.

El sábado, dedicado a María, era para Sor Consuelo ocasión propicia para demostrar su amor entrañablemente mariano:

“Hoy sábado, el día consagrado a mi queridísima Madre y Señora, no sé qué de extraordinario que inunda de modesta alegría mi alma, siento que tienen para mí estos días algo así como una renovación espiritual indescriptible, es que hasta la misma naturaleza parece que se esfuerza por obsequiar a su Reina luciendo sus mejores galas y brillando el sol aún más que otros días”.

Solía recitar consagraciones a la Virgen, para expresar su entrega fiel. Así es como se conservan junto a sus escritos algunas de ellas, que Sor Consuelo copiaba como muestra fehaciente del anhelo de su corazón:

“Yo soy tuya Madre amada hija soy de tu cariño me ofrecí a ti desde niña y es mi ofrenda bien sagrada hoy te ofrezco renovada mi total consagración dame Tú la bendición mientras yo Virgen María te ofrezco desde este día alma, vida y corazón”

Constatando día a día la íntima unión hacia sus dos Amores, Sor Consuelo se identificó de tal manera con Ellos que hacía suyos los sufrimientos del Redentor. Mirando a Cristo en Getsemaní, se abismaba en el Corazón Sagrado para consumarse en el fuego que, al mismo tiempo, la incendiaba en su santo Amor:

“Me entristezco al pensar lo mucho que Jesús y María sufrieron en la Santa Pasión y muerte de Cruz y lo poco que sufro yo por Ellos. ¡Qué bueno es Jesús! ¡Qué buena es María! ¡Os amo…os amo…!”

No sólo consufría con ellos sino que, con la prodigalidad de su corazón entregado, llegaba a suspirar y a pedir:

“Digo a María me dé la enfermedad, la muerte y todo, antes que disgustar a Jesús”.

Vivía todos los acontecimientos en clave mariana: todo POR MARÍA, EN MARÍA, CON MARÍA, PARA MARÍA Y TODO AL MODO DE MARÍA, hasta llegar a escribir con acentos de auténtica ternura:

“El primer beso al levantarme, para María, y el último al acostarme será para Ella, pensando que me echo en sus brazos”.

La vocación de Sor Consuelo a la vida contemplativa y en particular a la vida Mínima, se puede considerar un fruto exquisito o un don de María, que sigue a su vehemente deseo de conformación con Ella.

En su constante mirada a María vislumbra la belleza de la virginidad y decide consagrar la suya a la Reina de las vírgenes. En el ‘fiat’ de María ha intuido que sólo el vivir de cara a Dios tiene pleno sentido, sólo el hacer su Voluntad tiene realmente valor y merece la pena. En María, la humilde Esclava del Señor, ha descubierto el valor y el sentido de una consagración total a Dios, en una vida escondida, pobre y austera, como la que vivió la Virgen de Nazaret. Aprendió el valor de la humildad de la que, siendo Reina, se sabe Esclava. Y porque Sor Consuelo aprendió e imitó tan de cerca la actitud y la vida de la Virgen María, se confió sin reservas a Dios y se consagró totalmente a sí misma, cual esclava del Señor, a la Persona y a la obra de su Hijo.

“He decidido consagrarme a Dios y así ha de ser: del todo o nada”.

Al elegir su nombre de religión, Sor Consuelo del Inmaculado Corazón de María, quiso resumir en él la misión a la que se sentía llamada: ser consuelo del Corazón de la Virgen. María fue el gran consuelo en todos sus sufrimientos y, sin duda ella, hija perseverante y fiel, consoló a la Madre de Dios:

Dios le había llamado y le daba los dones y las gracias necesarias para realizar la misión que le encomendaba. Su postura es radical: CRISTO es el CENTRO de su corazón y ha de responderle con integridad, sin medianías.

Con extraordinaria firmeza deja constancia de su incondicional adhesión a María, a quien debe todo:

“A Ella debo toda mi dicha, todos los bienes me vinieron juntamente con Ella. Gracias, Señor, por esta bendita devoción”.

  1. Juan Pablo II, Czestochova, 4-VI-1980 ↩︎
  2. MORÁN, EPIFANIO, Redentorista, Esclavos de la Esclava, editorial El Perpetuo Socorro. Madrid, 15-agosto-1946. ↩︎
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